«La sustancia», un inquietante reflejo de la fama y la autoimagen
En su nueva cinta La sustancia, Demi Moore explora, en clave sangrienta, la obsesión con la fama, el odio a uno mismo y el miedo al paso del tiempo. Dirigida por Coralie Fargeat, la historia muestra a Elisabeth Sparkle (Moore), una celebridad en declive y antigua instructora de fitness, quien ve su carrera caer cuando Harvey, un despiadado productor (Dennis Quaid), la descarta por «vieja». Harvey encarna una crítica mordaz a la superficialidad de la industria, recordándonos que la existencia de alguien en el mundo del espectáculo depende de la percepción de otros.
Rodeada de espejos y retratos que exhiben una versión más joven y perfecta de sí misma, Elisabeth experimenta una angustiante confrontación con su propio reflejo. Al recibir un peculiar tratamiento llamado La Sustancia, una promesa de «mejora personal», Elisabeth genera una versión rejuvenecida de sí misma: Sue (Margaret Qualley). Pronto, Sue se adueña de su lugar en el espectáculo, reflejando los absurdos de la mirada masculina y el poder destructivo de los cánones de belleza.
El filme se despliega en una estética que evoca un Los Ángeles distorsionado y atemporal, con guiños visuales a los años ochenta y noventa. Fargeat y el director de fotografía Benjamin Kracun enfatizan la sátira al subrayar la cosificación del cuerpo, exponiendo el impacto de estos ideales en nuestra percepción.
La sustancia nos enfrenta con un espejo incómodo, revelando no solo la presión social sobre el envejecimiento y el atractivo, también nuestra complicidad en esa mirada crítica hacia los cuerpos.
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