«Clasismo en Chihuahua: Una Realidad Histórica y Social»
El reciente caso de la pareja que dio la bienvenida al primer bebé del 2025 y que fue objeto de burlas y comentarios despectivos en redes sociales nos invita a analizar con rigor un fenómeno profundamente arraigado en la historia y sociedad mexicana: el clasismo. Este no es un problema exclusivo de nuestro país, pero en México tiene características muy específicas que merecen un análisis sin matices ideológicos, enfocado en los hechos y en su impacto real.
Clasismo: Raíces históricas y su evolución
El clasismo en México tiene su origen en la estructura social impuesta durante el periodo colonial (1521-1821). En este sistema, la sociedad se organizó en un orden jerárquico que asignaba privilegios en función del origen étnico, racial y económico. Los españoles ocupaban la cúspide, seguidos de criollos (descendientes de españoles nacidos en América), mestizos, indígenas y esclavos africanos. Este modelo jerárquico consolidó una desigualdad que no desapareció con la independencia.
A pesar de los ideales de igualdad proclamados en la Constitución de 1824 y posteriormente en la Revolución Mexicana (1910-1920), el clasismo sobrevivió en formas más sutiles, entrelazándose con la economía, la educación y la cultura. Es importante notar que el clasismo no es un fenómeno exclusivo de la élite; atraviesa todos los estratos sociales y se reproduce constantemente, incluso entre los sectores más vulnerables.
Clasismo contemporáneo: Un análisis estructural
En el México actual, el clasismo no es solo una cuestión de actitudes individuales, sino un fenómeno estructural que permea las instituciones y los espacios sociales. Se manifiesta en la desigualdad de acceso a servicios básicos como la educación y la salud, en las oportunidades laborales y en el trato cotidiano entre personas de diferentes contextos sociales.
1. Educación y movilidad social: La desigualdad educativa es una de las principales herramientas de perpetuación del clasismo. Según datos del INEGI, las zonas rurales e indígenas, generalmente habitadas por personas de menores recursos, tienen menos acceso a una educación de calidad. Esto limita sus posibilidades de ascenso social, creando un círculo vicioso de pobreza y exclusión.
2. Mercado laboral: Estudios han demostrado que factores como el color de piel, el acento y el nivel socioeconómico influyen en las decisiones de contratación y en la asignación de salarios. Este fenómeno es observable en los empleos de alto perfil, donde predominan personas de contextos privilegiados, mientras que las labores manuales o de servicio suelen ser desempeñadas por quienes tienen menores recursos.
3. Representación en medios: Los medios de comunicación, en muchos casos, han reforzado estas dinámicas al proyectar una imagen aspiracional basada en estándares occidentales, donde la «blanquitud» o los símbolos de riqueza material se asocian con el éxito. Este mensaje es internalizado por la sociedad y perpetúa la percepción de superioridad e inferioridad entre grupos.
Perspectiva social y realista
El clasismo en México no se puede reducir a una cuestión moral o emocional; es, sobre todo, un reflejo de las dinámicas económicas y sociales del país. La persistencia de este fenómeno responde a las desigualdades estructurales que, aunque no son exclusivas de México, aquí tienen una profundidad particular debido a nuestra historia colonial y postrevolucionaria.
Un ejemplo claro de esto es el fenómeno de las redes sociales, donde las opiniones de los usuarios reflejan prejuicios latentes en la sociedad. En el caso de la pareja que tuvo al primer bebé del año, la burla hacia su apariencia y su supuesto nivel socioeconómico no surge del vacío, sino de un sistema donde lo material y lo superficial son indicadores visibles de estatus.
Filosofía del clasismo: Una perspectiva pragmática
Desde un enfoque filosófico más realista, el clasismo puede entenderse como una forma de orden social que ha evolucionado para garantizar estabilidad en sistemas desiguales. Filósofos como Thomas Hobbes argumentaron que las jerarquías sociales son inevitables en cualquier sociedad humana, ya que estas proporcionan una estructura que regula el comportamiento y minimiza el conflicto.
Sin embargo, filósofos como Max Weber y Hannah Arendt han señalado que estas jerarquías deben ser continuamente cuestionadas, no por razones ideológicas, sino porque cuando las desigualdades se vuelven demasiado pronunciadas, socavan la cohesión social y generan conflictos que afectan la estabilidad misma del sistema.
Conclusión
El clasismo en México no es solo una cuestión de prejuicios individuales, sino un síntoma de un sistema que históricamente ha favorecido la concentración de recursos y oportunidades en manos de unos pocos. Cambiar esta realidad no requiere discursos idealistas, sino políticas y estrategias prácticas que busquen reducir las brechas estructurales.
A nivel individual, es fundamental reflexionar sobre las conductas que refuerzan estas dinámicas. Pero a nivel colectivo, se requiere un análisis crítico de las estructuras que perpetúan la desigualdad, sin caer en extremos ideológicos. Solo con un enfoque basado en la realidad social, económica y cultural de México se podrá avanzar hacia una sociedad más equilibrada y funcional.
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