Los perros poseen una sorprendente capacidad para saber cuándo es la hora de realizar actividades cotidianas, como comer, pasear o esperar el regreso de sus dueños. Aunque la noción de «hora» es estrictamente humana, los canes tienen su propio método para anticipar estos momentos, basado en una serie de factores biológicos y sensoriales.

Su principal herramienta para medir el paso del tiempo es el olfato, un sentido entre 10,000 y 100,000 veces más agudo que el de los humanos. Los perros detectan variaciones sutiles en los olores del ambiente, especialmente los de las personas que conviven con ellos. Cada individuo tiene un olor único, derivado de las partículas que su cuerpo desprende. A medida que las horas pasan, la concentración de este olor disminuye, y el perro, al lamer su trufa, captura estas partículas. Este proceso le permite identificar cuánto tiempo ha transcurrido desde la salida de un miembro de la familia y, por ende, prever su regreso.

Además, los perros también perciben las fluctuaciones en el aire, que arrastran estos olores a lo largo del día. De manera similar a cómo un reloj de arena muestra el paso del tiempo, los perros «huelen» el tiempo mediante estos movimientos de aire cargados de partículas olorosas. Este fenómeno les permite anticipar actividades regulares, como la comida o el paseo, que siguen un patrón diario.

Aparte de su destreza olfativa, los perros son observadores excepcionales. Analizan cuidadosamente el lenguaje corporal y las expresiones faciales de los humanos, asociando ciertos gestos o actitudes con actividades específicas. Gracias a esta capacidad, pueden prever nuestras acciones con una precisión notable. Por ejemplo, son capaces de detectar la diferencia entre una promesa de paseo y la amenaza de un baño, basándose en pequeños cambios en nuestra postura o expresión. En definitiva, los perros no solo se adaptan a los horarios de su entorno, sino que los entienden y los anticipan con una sorprendente habilidad.